© C. PAZOS
Barro y espuma cubren la superficie del río cerca de la represa de Aguas Corrientes
El remo que metió el pescador apenas unos segundos debajo del agua salió cubierto de una costra casi negra que no se despegaba. Ese barro es más que la mezcla de tierra y agua: es el desecho de los productos químicos que utiliza OSE para potabilizar el agua que luego le suministra a dos millones de personas.
“OSE está tirando 1.000 metros cúbicos de sulfato de aluminio por día”, dijo a El Observador el alcalde de Aguas Corrientes, Álvaro Alfonso. La sustancia se utiliza para que las impurezas se decanten durante el proceso. El problema es que, entreverado con otros residuos químicos, vuelve al río, aguas abajo, pero tan cerca de las tomas de agua que vuelve al camino que lleva el agua hasta la canilla.
La preocupación del alcalde es que “en buena parte del año” la planta tiene “la imperiosa necesidad” de rebombear aguas debajo de la represa, debido a que no tiene caudal suficiente aguas arriba, ya sea por sequía o porque el propio río corre con menos fuerza al estar obstaculizado con desperdicios. Para esto tiene dos bombas. Al hacerlo toma el agua de su vertedero donde vuelca los lodos producto del descarte del proceso de potabilización y cuyos componentes son, entre otros, cloro, sulfato de aluminio, bauxita, ácido sulfúrico, polímero y carbón activado.
En una recorrida en barco por la zona, El Observador constató que cuanto más cerca se está de la represa, más turbia está el agua. El marrón del agua frente al camping es allí más oscuro. La que cae por la represa es casi negra. El agua, en sí misma, es más espesa y solo es visible una pequeña capa. Centímetros más abajo está el barro. La superficie del agua está cubierta, además, de una sustancia blanca que el concejal Carlos Fulco ilustró como “ceniza”. Salvo sobre la orilla, donde adquiere un verde brillante. Ese lugar está, como mucho, a 200 metros de las tomas secundarias de OSE. La vegetación a lo largo de las márgenes, incluso cerca del camping, a 1.300 metros de la represa, está descolorida.
“No decimos que no sea potable, solo decimos que no van a tener fuente de donde sacar si el río sigue pudriéndose. Van a chupar barro. Porque la palabra correcta es ésa: se pudrió el río”, señaló Fulco. La proporción de cloro que hoy se administra al agua es “seis veces” superior a la histórica, agregó.
La duda sobre la calidad será despejada cuando el Latu les notifique los resultados de unos análisis que solicitó el municipio a partir de muestras del agua y del lecho debido a que desde 2010 no se ha recibido respuesta de OSE. Alfonso y Fulco fueron explícitos en que se está gestando una “catástrofe nacional” que las autoridades “están escondiendo” a la población.
De acuerdo con el alcalde, el barro, de una textura parecida a la gelatina que se queda adherido a la arena y a las rocas con varios centímetros de espesor, se encuentra acumulado desde Aguas Corrientes hasta Las Brujas, una localidad ubicada a 45 kilómetros aguas abajo. Pero ahí no se detiene. Ha encontrado restos hasta casi en la desembocadura en el Río de la Plata.
Alfonso indicó que la Dirección Nacional de Medio Ambiente dio un “apercibimiento” a OSE por el vertido de barros al río Santa Lucía en 2006 pero que, desde ese entonces, no hubo ni una multa ni un intento de solucionar el problema. “Esto nadie lo cuida”, denunció.
Esto era lo que le quería probar a la relatora especial sobre el derecho humano al agua potable y el saneamiento de Naciones Unidas, Catarina de Albuquerque, durante su visita al país en 2012, pero no llegó a la planta de Aguas Corrientes, la principal potabilizadora. La visita fue suspendida sobre la hora, dejando a Alfonso y Fulco esperando en la puerta. Desde la Intendencia de Canelones se les explicó que se priorizó un recorrido por Joanicó “donde se le había suministrado agua potable a 40 casas”.
Aguas arriba, aguas abajo
Los desechos de OSE son vertidos en una cañada abierta por el organismo a aproximadamente unos 200 metros de la represa. Cuando Alfonso y Fulco eran niños, acostumbraban ir allí a nadar. Lo que había era una laguna de 3,50 metros por 1,50, según sus descripciones. El área es ahora mucho menor debido a que los lodos han engrosado la orilla. Pisar allí no es seguro. El barro adquiere el aspecto de un suelo erosionado pero no es firme. “Es como arena movediza”, ilustró el alcalde. El peligro es el mismo. Hace unos años un muchacho murió ahogado al hundirse en el barro.
“En algunas partes del río solo hay 30 centímetros de agua”, dijo Alfonso. Esta profundidad no coincide con lo que dicen las viejas cartas náuticas: que Aguas Corrientes es un puerto. Un gomón de la Armada, de 50 centímetros de calado, “quedó trancado” cuando se prestaba a sacar la muestra del lecho. Otro problema es que en verano, cuando unas 4.000 personas disfrutan de la playa, aumentan los casos de diarrea y de reacciones alérgicas.
El barro acumulado ya obstaculizó una parte del río que llevaba desde el camping hasta la represa.
A pocos metros de la represa, aguas arriba, hay tres bocas, donde conjugan el río Santa Lucía y el arroyo Canelón Grande para abastecer de agua bruta (antes de cualquier tratamiento o uso) a la planta potabilizadora, con dos embalses: Paso Severino y Canelón Grande. Alfonso indicó que si bien las aguas del último no están aptas para consumo humano (fue creado para riego) son usadas en más de un 30% para mezclarlas con las del Santa Lucía. Un estudio de la Facultad de Ciencias en 2008 lo clasificó como eutrófico, es decir, que tiene más riesgo de padecer floraciones de cianobacterias. “Esa agua ahora es abono”, comentó Fulco a propósito de la descarga de efluentes sin tratamiento.
Desde el municipio se exhorta a que se “declare la emergencia” en toda la cuenca del Santa Lucía, que se inicie con urgencia un relevamiento de los productores y se realice un estudio de la profundidad del curso de agua.
Extraído íntegro del diario El Observador digital.
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